viernes, 1 de junio de 2018

Investigación del tema

Todos los pueblos, culturas y sociedades que han florecido sobre el suelo mexicano han tenido sus propios modos de entender y valorar el acopio de las expresiones y los testimonios de la cultura en el tiempo. Memoria de su pasado y aprecio vivo por las formas y la herencia que de él habían recibido, los tuvieron, cada cual, a su modo, las distintas culturas prehispánicas, la sociedad novohispana y el del primer siglo del país independiente. Pero fue sólo hasta este siglo en que puede afirmarse que estos valores alcanzaron, gradualmente, su plena expresión como componentes primordiales de la conciencia social, capaces de orientar y dar contenido a vastas zonas de la acción colectiva. El no sólo fue, como otros momentos de gran esplendor en la larga historia de la cultura mexicana, un periodo de extraordinaria efervescencia creativa sino también un siglo en el que esa efervescencia corrió a la par o en muchos casos fue al reflejo de la conciencia que artistas, intelectuales, sociedad e instituciones adquirieron de la existencia, la naturaleza y el significado histórico profundo del patrimonio cultural nacional. Todos estos intentos, sin embargo, apenas sentaron algunas de las bases y las nociones que servirían para definir el concepto de patrimonio cultural, identificar y distinguir sus tipos y variantes, incluir a muchas formas y manifestaciones no consideradas como patrimonio cultural y, sobre todo, para lograr una noción capaz de integrar y abarcar los muy diversos y plurales patrimonios de todas las épocas, etnias y culturas de los que México es dueño. Fue el que logró, a lo largo de todo su curso, esta integración conceptual y material de lo que hoy entendemos y conocemos como el patrimonio cultural de México. El proceso de esta integración y conceptualización es palpable en múltiples terrenos. En primer lugar, en el jurídico. Las leyes sobre el patrimonio cultural que a lo largo del siglo XX se han sucedido reflejan notablemente el sostenido enriquecimiento del concepto, al ampliarlo, definirlo y redefinirlo, en la búsqueda de un más preciso reconocimiento de las diversas clases de patrimonio, de las necesidades y problemas surgidos con el cambio social, de los medios para atenderlas y de las correspondientes responsabilidades sociales. Este proceso de enriquecimiento conceptual llevó, en el lapso de este siglo, a dar su carácter multidimensional a la idea del patrimonio; de la identificación de un solo pasado, el indígena, se pasó a la de todos los que confluyen en la historia mediana; de un tipo de patrimonio, el arqueológico, a otros muchos; de una sola utilidad, que antes fue la de conocer el pasado, a otras diversas y múltiples, sociales y culturales. Ya en el siglo XX se evolucionó de una noción que colocaba nítidamente el acento sobre la herencia arquitectónica, y en menor medida en la plástica y de las artes aplicadas, a otra inclinada a una concepción universal del conocimiento, la creatividad y los testimonios y registros humanos, desde el patrimonio monumental propiamente dicho, hasta el musical, el fílmico y el cinematográfico, pasando por el artístico, fotográfico, documental, bibliográfico, hemerográfico, cartográfico, científico, paleontológico, numismático, etcétera. Esta más amplia y creciente conciencia del patrimonio inició, sobre todo a partir de la y del proceso de reflexión y autor reconocimiento al que dio lugar un rico desarrollo de esfuerzos sociales por asumir y preservar el patrimonio nacional: museos, zonas arqueológicas y monumentos históricos y artísticos abiertos al público; instituciones abocadas a la protección, la investigación y la difusión; programas de rescate y salvamento, escuelas especializadas en la formación de técnicos y profesionales de estas tareas; archivos, bibliotecas; hemerotecas; fonotecas y fototecas; fundaciones y mecanismos de financiamiento y participación de toda la sociedad. Este gran acopio de medios es el que ha permitido a México llevar a cabo, en el siglo que ya termina, la valoración y la revaloración de su incalculable riqueza cultural, a la que el propio siglo amplió tan considerablemente con su propia creación. Este proceso valorativo ha impreso su sello en el siglo XX: nunca antes, como en él, había sido rescatada del olvido, el abandono y en muchos casos de una casi inevitable desaparición, tal cuantía de vestigios, testimonios y valores culturales en los que el país ha ido reconociendo, cada vez con mayor precisión, los rasgos de su verdadero rostro y los trazos más profundos de su historia. “La gente pierde su identidad porque aún vivimos en países racistas. En la cúspide están los parámetros de belleza occidental, que valora a los blancos y lo indígena está en el último nivel. Muy por debajo está la mujer indígena”, expresó la antropóloga mexicana de la Ciudad de México’, Marcela Lagarde. Cuando los indígenas buscan trabajo, el empleo informal y el rechazo son la respuesta, mientras que, para llegar a una carrera universitaria, hay todo un camino de burla e irrespeto por lo autóctono. “Ante esa situación, se da una renuncia a la identidad que implica aceptación o una frustración profunda”, añadió la especialista. En la actualidad existe una cultura llamada Furry Fandom la cual es una cultura basada en el género furry (conocido como furrie en español), están interesados en la ficción de personajes animales antropomórficos. Con los primeros miembros de esta subcultura en línea surgió la idea de llevar este movimiento a convenciones íntegramente dedicadas a este tema; son llamadas "furcon" (contracción de las palabras inglesas furry convention), donde asisten artistas, furries disfrazados (conocidos como fursuiters), seguidores de la cultura y personas que, no siempre, son parte de la misma pero que asisten como simples espectadores. “Esta cultura generalmente es conformada por gente rechazada por la sociedad, gente que busca la aceptación de alguien, gran parte de los involucrados son personas homosexuales, esto debido al rechazo de una persona heterosexual”, comenta Franco Almeda, integrante de la comunidad Furry en España. Hablando en cuestión del arte, recuperar el vínculo entre educación y arte, que tan bueno frutos rindió a México durante gran parte de la pasada centuria, es elemento clave para la construcción de la identidad nacional en el siglo XXI. Así lo sostuvo la directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), Teresa Vicencio, de acuerdo con la funcionaria, resulta esencial el restablecimiento de ese binomio entre educación pública y la expresión, el desarrollo y la producción artísticos, porque su ruptura representó una pérdida para el país. "Me parece –explicó– que allí perdimos mucho, porque finalmente la producción artística, el arte, está reflejando siempre las transformaciones, al mismo tiempo que las nutre; es decir, construye y reconstruye identidad; y vino una separación en la que básicamente hoy corre en paralelo una política de educación distinta a la de producción, expresión y desarrollo artísticos”. El primero de ellos se conoce como neoclásico pues recuperaba los modelos clásicos. Este llegó a imperar cuando las academias de arte enseñaron los secretos del equilibrio de las formas y de la sobriedad de las líneas como un recurso para mostrar el orden de la naturaleza. Concepto de belleza basado en la pureza de las líneas arquitectónicas, en la simetría y en las proporciones sujetas a las leyes de la medida y las matemáticas, gusto por la sencillez, con predominio de lo arquitectónico sobre lo decorativo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Introducción

El presente blog intentará dar respuesta a la pregunta de ¿de qué manera ha evolucionado la cultura, el arte y la expresión y cuáles han sid...